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A menudo la distimia, o trastorno depresivo persistente, se define como una forma más leve de depresión que se extiende en el tiempo. Efectivamente, la distimia es un trastorno depresivo que no encaja en el diagnóstico de una depresión propiamente dicha: sus síntomas son menos severos, pero también suelen ser mucho más persistentes y prolongarse en el tiempo hasta volverse crónicos. Generalmente, para diagnosticar distimia es necesario que el estado emocional depresivo se haya prolongado durante más de dos años en adultos y durante más de uno en menores de edad.

Que los síntomas sean menos intensos que en la depresión mayor no significa que vivir con distimia sea más fácil. De hecho, debido a que sus manifestaciones depresivas son menos agudas, las personas que padecen distimia suelen tener más dificultades a la hora de que su entorno cercano reconozca su problema y sepa cómo ayudarles. Los pacientes que conviven con la distimia pueden experimentar puntualmente episodios de depresión mayor, dando lugar a lo que se conoce como una “doble depresión”, con altos y bajos dentro de un estado de ánimo melancólico y apático generalizado.

Los siguientes síntomas son característicos de la distimia:

  • Estado de ánimo deprimido durante la mayor parte del día, durante un mínimo de dos años.
  • Alteraciones del sueño y/o el apetito.
  • Poca energía o cansancio crónico.
  • Baja autoestima.
  • Falta de concentración o dificultad para tomar decisiones.
  • Sentimientos de desesperanza.

Si tu estado de ánimo habitual se corresponde con gran parte de lo que has leído hasta ahora, es necesario que pidas ayuda a un profesional de la salud mental que pueda evaluar tu caso y ofrecerte el tratamiento más adecuado. Aunque por su duración puedes haberlo normalizado, el estar triste, decaído o sin ganas de hacer nada de forma constante en tu día a día desde hace años es un problema, aunque afortunadamente es uno que se puede tratar.

Al igual que la depresión mayor, la distimia se trata mediante terapia cognitivo-conductual. Las técnicas utilizadas y la estructura de la terapia son generalmente muy parecidas. Se emplean técnicas como la reestructuración de pensamientos distorsionados, el entrenamiento en resolución de problemas, el establecimiento de rutinas y metas conductuales y las actividades de autocuidado. En casos en los que la sintomatología es más grave, se complementa la psicoterapia con terapia farmacológica supervisada por un médico.

Si padeces distimia o crees que podrías padecerla, estas son algunas pautas que podrían resultarte útiles:

  • Acude cuanto antes a un especialista de la salud mental que pueda evaluar tu caso y proporcionarte un diagnóstico fiable y valorar si existen otros trastornos asociados.
  • Presta atención a las señales de advertencia; es fácil empeorar e incluso caer en un episodio de depresión mayor si la distimia no se trata correctamente. Aprende a identificar los signos de empeoramiento para poder prevenirlos a tiempo; activarte y realizar actividades, aunque no te apetezca mucho, ayudará a prevenir las recaídas.
  • Vigila tus pensamientos. Haz un listado de pensamientos negativos que suelas tener, del tipo ‘soy un inútil’ o ‘mi vida es completamente horrible’. Una vez tengas la lista, plantéate si realmente estos pensamientos se corresponden con la realidad; busca hechos que los confirmen o desmientan. Te darás cuenta de que en la mayoría de casos no tienen razón.
  • Busca apoyo y comprensión en tus seres queridos. Aprended juntos sobre lo que te pasa y explícales qué pueden hacer para que te sientas mejor y hacerte la vida más fácil.
  • Tómate las cosas con calma, prémiate y disfruta. Uno de los aspectos más importantes para mantener a raya la distimia es volver a engancharse al ritmo de vida diario y comenzar a disfrutar de las pequeñas cosas que nos depara la rutina. Comienza poco a poco a desarrollar un día a día más activo, ponte pequeños objetivos que puedan hacerse disfrutar y sentirte orgulloso de ti mismo y date un pequeño capricho por cada logro que consigas.